viernes, 7 de diciembre de 2018

El postre

No se podía oír nada en absoluto.
Los comensales, después de disfrutar su cena, se volvieron locos, y soltaron de su boca, risas y excesos, que contagiaba toda la escena, como la acuarela contagia del pintor, sus sentimientos, sus temores, su felicidad.

Ella, parecía ser la reina de ese momento.

El sol caía sobre su cabeza
como cae sobre el desierto
y su pelo dorado como la arena
no dejaba de ser quien imponía las reglas.

Su boca
saborea la deliciosa pieza de postre que cual cáliz yace sobre la loza redonda que lo mantiene a salvo.

Su boca, un deleite para mis ojos sucumben ante el manjar.
Su lengua suave y fresca se desliza sutilmente entre sus labios nuevos que tientan a los mios, como ah de tentar al pirata, un navío a la deriva.

La diminuta cuchara, sigue postrada cerca del plato blanco, y su mano que debiera tomarla, se acomoda debajo de su pelo de oro, que cae cual cascada sobre sus hombros y con un delicado y sutil movimiento ella calza tras la perfecta oreja, aquel ramo dorado, que descubre su nórdica belleza.

Toma el utensilio color plata, que acomoda perfectamente en su mano derecha, y corta ese postre helado, que cae en su boca como un beso, a la vez que sus labios se abren implorando cual amante sedienta de pasión, que ese dulce delicioso, entre suavemente y se disuelva en su boca.

Sus ojos buscan la complicidad de los míos y en su cara se dibuja una pícara sonrisa, mientras sus ojos apasionados se dejan caer cual invitación sutil que silencia el instante mismo.

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