Arrancó la madrugada el enérgico y desfachatado impulso humano
e invadió mi cuerpo el tuyo con la fuerza del crepúsculo de la pasión.
Cayeron tus murallas ante el invasor, ese que duerme a tu lado, ese que te ve con ojos depredadores, morbosos y sedientos.
Ese que sacia tu sed y se alimenta en ti.
Ese que con cada bocado de tu ser, se nutre por mil años, hasta alcanzar la inmortalidad, hasta contagiarse de ti para siempre.
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