Cayo mi vista al suelo
con la senil señal del desconsuelo
de a puñados cae la tierra
sobre el difunto amor que enterramos
tal vez ahora sepultado en lo profundo
brote como la esperanza
y los recuerdos cual abejas
hagan florecer, lo que alguna vez matamos.
La edad de oro de los besos
se dejo llevar a un casi sin retorno
o a un definitivo abismo
que el orgullo supo hacerse dueño.
Maldita y desgraciada maleza
que nos quemara lentamente
en esa hoguera
que nosotros mismos encendimos
que procuramos alimentar
hasta que las llamas llegaran al cielo.
Quien sobrevive a eso
si no es por la gracia
quien arrancara del pecho
tanto desconsuelo
Lejos de casa
aquí en este majestuoso paisaje
hasta las montañas
parecen estar acostadas viendo al cielo
como gigantes silenciosos
que no se perturban
por el incansable paso del hombre
que le camina en su cara
como que la tierra y sus horizontes
le pertenecieran.
Fue una vez destino de mis pasos
y peregrino en busca del amor
que de sus flores robo el beso
y la noche me devolvio
el largo camino de su retorno
hasta esta orilla, que la alejo.
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