martes, 28 de febrero de 2017

Esta mañana

Como dos pequeñas montañas 
que el vigía divisa desde su torre 
sobre el mástil más alto de algún antiguo navío, 
así su miel se diviso por debajo de esa blusa color aceituna.
Sus deliciosos riscos puntiagudos  de juvenil frescura 
desbordan deseos y miradas.

Como prisioneros de un mórbido deseo
parecían querer escapar
romper esa tela
hallar la libertad, en algunas manos, que arrebaten su inocencia. 

No se su nombre, su edad, ni en donde vive, 
aunque desde hoy, vivirá por siempre aquí, en estás letras 
que quizá, jamás ella llegue a leer, y en mi memoria.

Su elegante y altanero andar, se dibuja de mil colores
en el paisaje tedioso de este caluroso  y solitario verano.

Es un respiro, una bocanada de aire fresco, 
y en mi casto diario vivir, un morbo inaudito y voraz deseo, 
que se aleja tras sus pasos, 
como si fuese, el último tren.

En mi moribundo abismo, 
su resplandeciente juventud, alarga la vida, 
que por momentos, parece terminar, irse tras aquellos ojos bellos 
que se escaparon,
que se perdieron, en un fugaz instante que durará infinitamente.

Quien será el dueño, de la belleza natural de esos pechos
Ella, le  reclamará sus labios en la dureza sensible de sus pezones
implorara que la invada por mar,
mientras su embarcación de desliza suavemente en su bahía
ella rogara, como quien suplica un poco de agua, en una lejana y triste deriva.

El hecho es que posiblemente no la vuelva a ver, 
pero mi beso, se hará presente en la dulzura de la pasión, 
en mis solitarias noches, de transidos y codiciosos tesoros, cual truncados sueños
y quizá así, arrebate algo de está pena, y cubra la sed, con una blanca mortaja.

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