Una veintiséis,
sentado en el patio del fondo de casa,
con el improvisado fogón que posa en el trípode de acero
y el fuego encendido, comienzo a sentir
los primeros piquetes de gotas heladas de agua
que caen suaves sobre mis piernas descubiertas.
El fuego chisporrotea pidiéndome que no me vaya,
que no lo deje sólo.
La brasa se aviva con la brisa
y me tienta a quedarme.
y me tienta a quedarme.
Hay poca leña,
el fuego no es tan fuerte pero es tan magnífico
como ver, esos tus ojos.
No me quiero ir,
aunque desde dentro de la casa,
la cama me reclama y el sueño susurrante
dice palabras hermosas a mi oído.
Creo que las sábanas vencen está batalla,
mañana u hoy será otro día.
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